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Aceptando las contradicciones navideñas
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Las navidades son una época extraña del año. Es difícil no querer reflexionar sobre el año que va a terminar pero también es difícil conseguir el tiempo y el enfoque necesario para hacerlo con el ritmo frenético de las fechas de entrega y las reuniones sociales del fin de año. Para más, los que intercambiamos regalos en navidad nos preguntamos si estamos apoyando sistemas capitalistas e hiriendo al ambiente al hacerlo. La publicación Business Leader calculó que si pusiéramos las tarjetas de navidad que enviamos en un año una al lado de la otra, le darían la vuelta a la circunferencia de la tierra 500 veces. Podemos ver esa imagen como una metáfora alentadora sobre el amor que sentimos los unos por los otros o como una amenaza a nuestro frágil planeta. También podemos aceptar ambas versiones de esa cadena de tarjetas colosal y vivir con las contradicciones que despierta en nosotros.
Esta mañana estaba leyendo la “Nota del editor” en Entertainment Weekly en la cual JD Heyman, el editor jefe de la revista, recuerda haber recibido una estación espacial de la Estrella de la Muerte para navidad cuando era niño y cuenta que fue la mejor navidad de su vida. Como me imagino que también lo hicieron el resto de los lectores, dejé de leer en ese momento y me pregunté cuál era mi mejor navidad. La respuesta apareció inmediatamente. Veinte años atrás había traído a mi novio Nate desde Ohio hasta Venezuela para que conociera a mi familia. Después de un almuerzo navideño maravilloso, estábamos en la hamaca en la terraza de mi abuela, desde la cual se veía prácticamente toda Caracas, la cuidad de mi nacimiento. Mis hermanos, que todavía eran niños, se reían al mecernos. Cuando la hamaca se movía hacia adelante, Caracas parecía abrir sus brazos hacia nosotros como si quisiera abrazarnos, pero nunca lo logró porque la hamaca siempre nos llevaba hacia atrás. Por primera vez mis dos vidas—venezolana y americana—estaban en el mismo lugar y encajaban perfectamente. Mientras yo saboreaba ese nuevo sentimiento de satisfacción, Nate se tornó hacia mí y dijo “Creo que deberíamos casarnos.” No hubo anillo, ni arrodillamiento. Nada de la propuesta fue planeado. No sé lo que respondí pero la respuesta fue—y veinte años después continúa siendo—un sí absoluto. Mi navidad favorita es el día que el amor de mi vida y yo decidimos que caminaríamos por el mundo juntos mientras compartíamos una hamaca sobre una ciudad a la cual por pesadillas burocráticas y políticas no puedo regresar por los momentos en una casa que vendimos años atrás. El amor, sin embargo, todavía está ahí y se ha convertido en un amor más fuerte y suntuoso que al amor que sentimos esa tarde dos décadas atrás. Sí pienso que el amor—profundo, desordenado, costoso—es lo que reside al centro de la navidad y la razón por la cual espero a diciembre con añoranza todos los años. |
Nuevos visionados con grupos focales |
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Tuvimos dos visionados con grupos focales en nuestra casa del nuevo corte de mi largometraje documental La época de los sollozos. Durante la discusión animada y extensa después de la proyección, recibimos ideas para la película que mi editora Cristina Carrasco y yo estamos añadiendo al nuevo corto que estamos haciendo. Combinar cuatro generaciones de una familia, tres países y múltiples misterios en una película no es fácil, pero gracias a las ideas compartidas por nuestros fantásticos grupos focales estamos acercándonos a una película que llega al corazón de la historia. |
Foto desentarrada del mes |
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Después que mi abuela falleció en 1998, cesaron las cenas navideñas en su casa. Todos habíamos crecido y teníamos parejas y vidas que nos llevaban en otras direcciones durante ese día primordial del calendario venezolano. Y sin embargo se sentía extraño no reunirnos como siempre lo habíamos hecho para navidad. Así nació el almuerzo navideño. Nos veíamos durante el día y después nos íbamos a nuestros compromisos respectivos justo antes que cayera la noche. Las celebraciones de navidad de mi abuela siempre habían sido eventos formales. Quería que todos nos viéramos inmaculados y refinados, como si fuéramos personajes en un musical de los años 50 pero sus descendientes tenemos un alma más de los 60 y nunca logramos alcanzar su visión de directora sobre cómo una familia debería vestirse, hablar y comportarse durante la navidad—o cualquier otro momento del año, a decir verdad.
Nuestros almuerzos navideños después que ella murió eran mitad homenaje, mitad acto de desafío adolescente. En la terraza con un menú desequilibrado que a menudo incluía tres versiones de puré de papas y nada de vegetales (resultado de nuestros planes desorganizados) compartíamos la comida en platos astillados que no combinaban. Invitábamos amigos, ex-novios y ex-maridos y en mi caso un marido futuro. Mi amiga Berónika tocaba el piano, los niños se perseguían en medio de sus gritos agudos de alegría y después de horas de risa, todos nos separábamos una vez más. No duró mucho tiempo nuestra tradición de almuerzos navideños. Mi abuela había sido la fuerza que a su manera desaprobatoria nos unía y sin ella terminamos yéndonos por caminos separados. Vendimos la casa hace unos años y ahora ninguno vive en la misma ciudad. Estamos regados por el mundo y ya no tenemos el regalo increíble de estar en el mismo lugar el mismo tiempo. Ni siquiera por una tarde al año. Mientras duró, sin embargo, la tradición fue nuestro milagro de navidad descarrilado y dichoso. |
Anunciando el segundo volumen de constellations |
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Uno de los aspectos más enriquecedores de mi carrera ha sido trabajar con equipos editoriales en publicaciones digitales. Esta semana anunciamos el segundo volumen de constellations: a cultural rhetoric publishing space, la publicación arbitrada de la cual soy editora jefe. En mi introducción al volumen, el cual representa un año de trabajo incansable de nuestro equipo editorial y autores, puedes aprender sobre nuestro proceso para dar vida a esta publicación y sobre los espectaculares artículos presentados en este volumen.. |
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